¿Pueden reconciliarse ciencia y espiritualidad?
Por Amit Goswami y Maggie Goswami
Recientemente participé en una mesa redonda en Berkeley, California, en torno a la cuestión “¿pueden las tradiciones científicas y espiritual mantener un diálogo?”. El primer ponente, un americano budista expresó inquietud. Ambas tradiciones habían divergido hasta tal punto, argumentó, que tendrían que volver a su base para empezar; tal vez entonces podrían sostener un diálogo. Mi turno fue el siguiente. Creo que le sorprendí, a él y a todo el público, al decir no sólo que podía haber un diálogo sino que habría una completa reconciliación entre las dos tradiciones. De hecho, aseguré, tal reconciliación ya ha empezado. ¿Cómo puede ser?
La palabra diálogo se originó a partir de dos palabras griegas, dia, que significa “a través”, y logos, que quiere decir palabra; así pues, diálogo significa comunicación a través de la palabra. Sin embargo, el físico David Bohm definió el diálogo más apropiadamente como “un libre flujo de sentido entre personas en comunicación”. ¿Puede haber diálogo en sentido bohmiano entre las tradiciones científicas y espiritual?
En un principio, el diálogo entre ciencia y espiritualidad parece bastante improbable. A fin de comprender el sentido del sistema de otro, es esencial entender la ontología, la base metafísica que subyace a ese sistema. Y aquí está el problema. La metafísica de la ciencia, tal como se ha desarrollado en los últimos trescientos años, parece ser diametralmente opuesta a la metafísica que subyace en las tradiciones espirituales.
En líneas generales, la ciencia se basó en la física clásica que Isaac Newton erigió en el siglo XVII. La física clásica adoptó y aclaró algunas ideas de la filosofía que habían existido desde la antigüedad. Una de estas ideas es la objetividad –los objetos del mundo son independientes de los sujetos– de nuestra parte. Otras dos ideas son el monismo material y el reduccionismo: todas las partículas son reducibles a materia y a sus partículas elementales y a sus interacciones (reduccionismo). La ciencia bajo la guía de luminarias como Newton, Maxwell y Einstein, introdujo otras ideas: el determinismo causal (las interacciones físicas, determinadas por las leyes físicas, provocan el movimiento de todos los objetos; una vez que conocemos sus condiciones iniciales, podemos determinar sus movimientos a cada instante); continuidad (todo movimiento es continuo); localidad (todas las causas y todos los efectos son locales y están mediados por interacciones o señales que, en una magnitud finita de tiempo viajan a través del espacio). El éxito de la ciencia bajo la bandera de estas ideas metafísicas dio lugar a un supuesto metafísico más sofisticado, el epifenomenalismo: todos los fenómenos subjetivos como el yo consciente, son epifenómenos (fenómenos secundarios de la materia); son meramente ornamentales y carecen de la eficacia causal en sí mismos.
El conglomerado metafísico de estos seis principios –objetividad, monismo material y reduccionismo, determinismo, continuidad, localidad y epifenomenalismo– recibe varios nombres: realismo materialista, realismo físico o realismo científico. En resumen, sostiene que sólo la materia (y sus correlatos, la energía y los campos de fuerza) es real; todo lo demás es un epifenómeno.
No obstante, las tradiciones espirituales danzan al son de una melodía diametralmente opuesta. En lugar de la materia, estas tradiciones postulan que hay una consciencia trascendental que actúa como fundamento de todo ser, y todo lo demás es epifenómeno, la materia y el Yo incluidos. Llamo a esta filosofía idealismo monista, pero también se conoce como Vedanta en la India y como filosofía perenne en Occidente.
Para entender sin problemas la visión diametralmente opuesta de lo que es real y lo que es epifenómeno, repasemos la historia del encuentro del rey griego Milinda y el monje budista Nagasena. El monarca quería conocer la naturaleza de la realidad, por lo que Nagasena procedió a ofrecerle una demostración. Un carro había traído al monje a presencia del rey; y ahora aquél empezó a desmontarlo. Desunció a los caballos y preguntó:
-¿Son los caballos el carro, oh, noble rey?
-Por supuesto que no – replicó el rey.
Nagasena quitó entonces las ruedas al carro y preguntó:
-¿Son las ruedas el carro, oh, noble rey?
El monarca replicó una vez más:
-Por supuesto que no.
El monje continuó desmontando el carro y haciendo al rey la misma pregunta hasta que las partes desmontables se descartaron como no pertenecientes al carro. Nagasena señaló entonces el chasis del carro y preguntó por última vez:
-¿Es el chasis el carro, oh, noble rey?
Una vez más el rey replicó:
-Por supuesto que no.
Así pues, ¿qué es el carro real? Aquí los monistas materialistas dirían que no hay carro real sin las partes descompuestas. Las partes son el todo y el carro existe sólo como epifenómeno de las partes. Todo carro al margen de sus partes es una quimera.
Esta no es, sin embargo, la posición de Nagasena o de cualquier otro idealista monista. Nagasena utilizó el carro como antología. Quiso demostrar al monarca que en los objetos no hay una naturaleza propia, aparte de la consciencia, así como no hay una naturaleza propia en el carro o sus partes, aparte del material básico de que están construidos.
La historia intelectual de la humanidad puede pensarse como un largo debate entre estos dos “ismos” filosóficos: realismo materialista e idealismo monista. Los defensores del idealismo monista señalan (correctamente) que esta filosofía se basa en la experiencia, que la conciencia puede percibirse directamente en su totalidad porque “somos eso”. Los defensores del realismo materialista, por otro lado, se basan en la pura especulación o en una ciencia incompleta. Estos realistas materialistas consideran que, puesto que las experiencias subjetivas varían, es ridículo fundamentar la metafísica en ellas.
Para complicar las cosas un poco más, el aspecto espiritual del debate, al menos en Occidente, ha caído en el gran pozo filosófico del dualismo: la idea de que la consciencia (popularmente llamada “Dios”) y el mundo son realidades separadas. Aquí distingo entre el núcleo esotérico de la espiritualidad occidental (a menudo llamado misticismo), que sigue siendo monista, y las religiones formales, “exotéricas”, en las que prevalece el dualismo. Las tradiciones esotéricas de Occidente comprenden perfectamente que la consciencia, fundamento del ser, es transcendente, también saben lo que esto significa. “El reino de Dios está dentro de ti, y también fuera de ti.” No obstante, el populismo malinterpreta la trascendencia concibiéndola como una consciencia separada de la realidad material inmanente.
A los científicos les complace señalar los escollos: si Dios y el mundo están separados, ¿qué media la interacción entre los dos? Semejante interacción requeriría un intercambio de energía, pero la energía del mundo es una constante; es la ley de la conservación de la energía. Toda intervención dualista debe ser un “milagro”, ¡una violación de la ley de la conservación de la energía! Las tradiciones esotéricas resuelven este problema con la idea de trascendencia y una adecuada comprensión de la misma. La conciencia está a un tiempo dentro y fuera del espacio–tiempo, la realidad material.
Los científicos de occidente también ofrecen un buen argumento contra las ideas teológicas de las tradiciones occidentales respecto a cómo Dios crea el mundo según Su propósito. Los biólogos afirman haber comprendido la vida a través de las ideas darwinianas de la evolución, en las que mutaciones azarosas producen variaciones genéticas, y la naturaleza selecciona las más adecuadas en orden a la supervivencia. No hay necesidad de intervención o propósito divino, todo es azar y necesidad causal.
Sin embargo, los defensores del cristianismo en Occidente atacan a la ciencia con el “creacionismo”, señalando varios huecos en los argumentos científicos. El hueco más célebre tiene lugar en la evidencia fósil; no existe una continua evidencia fósil que muestre como las plantas se convirtieron en animales o cómo los reptiles se transformaron en pájaros. Los creacionistas continúan postulando la alternativa bíblica de la evolución: Dios creó el mundo y toda la vida que contiene en seis días alrededor del 4000. El orden del mundo biológico es una manifestación del designio divino.
¿Cómo puede haber un diálogo, una comunicación significativa, entre una tradición científica que no puede respetar ideas tan poco científicas como el milagro o la teología y una tradición religiosa que abomina del “cientificismo”: la ciencia practicada como religión en lugar de emplear argumentos estrictamente científicos contra Dios? El debate en Occidente no ha logrado superar este punto muerto.
En Oriente, el diálogo no ha ido mejor. Aquí, los científicos exigen legítimamente: proporciónanos un mecanismo por el que la realidad una y única de la conciencia se transforma en muchas. La tradición espiritual ofrece tan sólo un concepto vago llamado “maya”, la fuerza de la creación epifenoménica, pero no brinda detalles que la tornen comparable a los modelos científicos actuales. Además, en Oriente hay una inequívoca denigración del mundo de los epifenómenos a favor de la realidad Una y trascendente. Esta denigración de lo inmanente en favor de lo trascendente sólo ha originado miseria material en las vidas de la gente común.
Para el científico oriental, ésta es una prueba más de la locura de la espiritualidad. A este respecto las tradiciones espirituales de Oriente apuntan correctamente que sin espiritualidad, sin la idea de una conciencia, los valores que guían la vida de la gente y sostienen sus sociedades no podrían justificarse. De hecho, bajo el incesante asedio científico, estos valores espirituales están siendo abandonados por muchas personas, lo que origina el caos.
- Buscando una base para la reconciliación
Tanto en Occidente como en Oriente existe cierto consenso respecto a que las sociedades no pueden funcionar sólo a partir de valores materiales o con el legalismo y sistemas de valores arbitrarios. Por lo tanto, se percibe la necesidad de una validación fundamental de la ética, nuestros valores morales, que sólo las tradiciones espirituales son capaces de ofrecer. Esta necesidad de valores, de ser lo bastante poderosa, puede ciertamente potenciar el diálogo entre ambas escuelas.
Muchas personas ven un paralelismo entre los métodos de las tradiciones espirituales esotéricas (los caminos espirituales) y los de la ciencia. Aunque sometidos a la experiencia de la subjetividad, las tradiciones esotéricas utilizan el método aparentemente científico de “inténtalo y compruébalo por ti mismo”. No definen la búsqueda espiritual como un asunto que tiene que ver con la aceptación del dogma. La creatividad y la originalidad son alentadas en estas tradiciones, al igual que en la ciencia. Esto puede proporcionar la base para iniciar un diálogo.
Otro rastro para el diálogo futuro ha surgido de la observación de que las tradiciones espiritual y material a menudo utilizan metáforas similares para elucidar sus campos en términos conceptuales. En la década de 1970, el físico Fritjof Capra escribió el célebre libro “El Tao de la física”, que profundizó en los conceptos de la moderna ciencia y las tradiciones espirituales para revelar diversos paralelismos. Si la ciencia moderna utiliza las mismas metáforas que las tradiciones espirituales, quizá la ciencia ya está espiritualizada en el grado en que lo necesita. Capra y otros (por ejemplo, los fundadores del movimiento de la “ecología profunda”) han enunciado una nueva visión del mundo denominada cosmovisión ecológica que guarda algunos paralelismos con los puntos de vista animistas de ciertas formas de chamanismo: Dios es omnipresente en la realidad inmanente, todas las cosas están interconectadas y viven en el espíritu. No hay necesidad de pensar en los términos reduccionistas y divisores de la ciencia newtoniana. Tampoco hay necesidad de postular una realidad trascendente más allá de lo material.
Además, la ciencia está ahora madura; muchos sienten que la ciencia de la materia, la física, está asistiendo a su realización final. Por lo tanto, muchos científicos están buscando una extensión de la ciencia tradicional para explicar la mitad subjetiva del mundo, la conciencia, el yo, la espiritualidad y los valores morales.
Para estos científicos, la cuestión de la conciencia tiene que ver con la comprensión de cómo el cerebro se comporta como una compleja máquina material. ¿Qué es lo que, en su complejidad, lo hace consiente, hace que la ética sea relevante para un cerebro? Sin duda, la conciencia es un epifenómeno, mantienen estos científicos; pero ¿puede adoptar la apariencia de una eficacia causal e incluso de la creatividad?
Existe una nueva teoría, la teoría del caos, que se muestra prometedora en este sentido. Los sistemas caóticos son aquellos tan sensibles a sus condiciones iniciales que su comportamiento no puede predecirse por mucho tiempo; pequeñas imprecisiones en la lectura de los valores iniciales de posiciones y velocidades se multiplican de manera exponencial para que su comportamiento parezca creativo. Mínimos cambios en el ambiente permiten a los sistemas caóticos desplegar un emergente comportamiento auto–organizativo. ¿Podría ser la espiritualidad el comportamiento aparentemente creativo de un sistema caótico?
Sin embargo, una reconciliación entre ciencia y espiritualidad en estos términos resulta precaria. El filósofo Ken Wilber discute el disparate que supone hallar espiritualidad en las nociones científicas. La ciencia, señala, es una empresa evolutiva. Las nuevas teorías surgen para invalidar las antiguas. Una filosofía perenne no puede basarse en ideas tan efímeras como la teoría de la conciencia emergente a nivel cerebral. Regresamos al punto muerto.
¿Puede haber diálogo, y una eventual reconciliación, entre ciencia y espiritualidad? Wilber tiene razón. Mientras nos aferremos a una ontología basada en lo material, no hay un verdadero ámbito de acción para el diálogo real, y mucho menos la reconciliación, por la sencilla razón de que la ciencia aborda los fenómenos, mientras que la espiritualidad trata aquello que está más allá de los fenómenos.
Pero ¿acaso la ontología de la ciencia necesita basarse en el realismo material? El hecho es que el actual paradigma de la física va más allá del paradigma newtoniano y se conoce como física cuántica. Se basa en la noción de la existencia de cantidades discretas llamadas cuantos, de energía y otros atributos de la materia, pero las consecuencias que esta física prevé para la descripción de la materia son profundas es inesperadas. Por ejemplo, la materia es descrita como ondas de probabilidad. La física cuántica calcula acontecimientos posibles para los electrones y la probabilidad de cada uno de estos posibles acontecimientos, pero no puede predecir el resultado de una medida determinada que siempre precipita un hecho real, no muchos hechos posibles. Por lo tanto, ¿quién/qué precipita la realidad desde la mera posibilidad? O, por usar la jerga favorita de los filósofos, ¿quién/qué “colapsa” la onda de probabilidad en el electrón real en un espacio y tiempo real y en un acontecimiento de medición real?
Nos ha llevado siete décadas comprender que esta pregunta de la física cuántica altera el paradigma dominante y reconcilia ciencia y espiritualidad, pero la idea básica es extremadamente simple: el medio que transforma la posibilidad en realidad es la conciencia. Es un hecho que cuando observamos, vemos realidad, no posibilidad. De modo que la observación consciente es una condición suficiente para el colapso de la onda de probabilidad. El matemático John Von Neumann argumentó hace tiempo que la consciencia también era una condición necesaria para el colapso. Todos los objetos obedecen a la mecánica cuántica; esto incluye cualquier máquina que empleemos para facilitar nuestra observación. Sin embargo, cualquier máquina que nos ayude en la medición, al asociarse a una onda de probabilidad, crea una onda de probabilidad mayor que incluye la máquina. Para iniciar el colapso, se necesita una mediación que queda fuera de la jurisdicción de la mecánica cuántica. Para Von Neumann, sólo hay una mediación posible: nuestra conciencia.
Esta idea potente se empantanó, sin embargo, en un desagradable debate, porque en occidente la conciencia se malinterpreta en términos de materialismo o dualismo. En el materialismo es una paradoja, ya que la conciencia, en tanto que epifenómeno de la materia (cerebro), carece de eficacia causal; ¿cómo podría llevar a cabo el acto causal de colapsar una onda de probabilidad cuántica? Y si la conciencia es un mundo dual, entonces todas las objeciones paradójicas contra el dualismo previamente citadas regresan para acosarnos. A la luz del idealismo monista le costó siete décadas iluminar el asunto.
Así pues, he aquí, finalmente, mi argumento. Si introducimos la conciencia como fundamento del ser, como trascendente, como una, como auto-referente en nuestro interior, tal como nos han enseñado los maestros espirituales de todo el mundo, entonces el debate cuántico se disipa y las paradojas se resuelven.
Y algo más. Ello motiva un cambio de paradigma en la ciencia, desde el materialismo a una ciencia basada en la primacía de la conciencia. En esta ciencia la materia posee eficacia causal, pero solo en lo que respecta a determinar posibilidades y probabilidades. En una instancia, la conciencia crea la realidad, porque la elección de lo que se convierte en realidad depende siempre de la conciencia. Además, la conciencia puede imbuir e imbuye a la realidad con su propósito creativo, tal como algunos creacionistas intuyen (aquellos que no sostienen dogmáticamente que Dios creó el universo en seis días hace apenas unos miles de años).
Y lo que es más importante, una ciencia así conduce a una verdadera reconciliación con las tradiciones espirituales porque no exige que la espiritualidad se base en la ciencia, sino que pide que la ciencia se base en la noción del espíritu eterno. La ontología espiritual nunca se pone en duda. En lugar de ello, nos concentramos en la cosmología: como se manifiesta el mundo de los fenómenos. La nueva ciencia puede incluir tanto la subjetividad como la objetividad, aspectos espirituales, así como el espíritu material de la realidad.
[Extracto del libro “Ciencia y espiritualidad – una integración cuántica” de Amit Goswami y Maggie Goswami. Editorial Kairós – 2011].